Somos cebras

Somos cebras

Giro la llave y entro en casa. Según abro la puerta veo pasar a Lola, la perra negra de mi hermano, como una cebra. Lleva rayas blancas pintadas con algo que parece typex. Levanto un milímetro la vista y veo a mi hija pequeña a cuatro patas en pantalones cortos y con el cuerpo pintado con algo que parece rotulador permanente negro. Me mira y me dice: Somos cebras.

¡Qué flash! ¡Qué vida más surrealista tengo! ¡Qué suerte! ¿Qué más habrá dentro? No quiero verlo.

Todo empezó el lunes. Esta semana -como bien sabéis porque os lo he ido contado- hemos estado trabajando en el lanzamiento de la nueva web de Saco Pingüino.

Mi compi María y yo hemos estado codo con codo dándolo todo. Tengo una compi que es de lo mejor. Vamos a sacarle aquí los colores: es dispuesta, resolutiva, cariñosa, amable, una crack en el trabajo. Todo lo que se le puede pedir a una compi.

Bueno, pues ahí echándolo todo estábamos todos y, como Cari estaba por California esta semana, tuve que pedirle a mi hermano que se quedara con los niños porque se me iba a hacer tarde.

Así que allí le dejé las llaves de casa, le dije que fuera a recogerlos a la parada, que en la nevera encontraría la cena, que la hiciera, que ya llegaría yo.

Y yo me quedé con mi compi más tranquila que un 8.

Cari me manda un whatsapp, y ya pierdo la cuenta de lo que estaba haciendo. ¡Mira que me molesta que me manden whatsapp en el trabajo!

Otro día os hablo de los 3 grupos de whatsapp que tengo, de madres de cada una de las clases, con preguntas tipo: Mañana qué llevan, ¿camiseta o camisa? y un debate de 45 minutos donde todas opinan como si aquello fuera opinar o morir.

Yo las tengo en silencio permanente. De vez en cuando, para que no crean que tengo problemas sociales, les mando un emoticono neutral, tipo un marcianito, palmas. Eso les encanta. Y si quiero saber si llevan polo o camiseta, miro el libro de padres que para eso me lo dan.

¿Y qué me decís de los papás y su chat del futbol de los niños? Son todos mega entrenadores, unos comentarios que ni Guardiola, lo viven con un fervor, y los pobres niños con 5 años no pueden ni con los tacos de las botas, hacen lo que pueden. Y ellos se pasan el sábado por la tarde rememorando las mejores jugadas del partido de la mañana.

En silencio todos, ¡a callar!

Whatsapp de Cari: ¿Estás segura de que estarán bien?

Yo: ¿Quién, él o los niños?

Cari: Pues los niños. Es que él no tiene experiencia.

Acabáramos, la próxima vez le pido el curriculum. ¡Por Dios! Se trata de cuidar a sus sobrinos, no de construir un cohete espacial. Pero claro, al final le voy a tener que dar la razón a Cari, porque a ver cómo le quito yo ahora el rotulador permanente a la niña, que hasta un hocico se ha pintado.

Pues nada, como María y yo somos unas fieras y hemos terminado, nos vamos a casa. Primero nos tomamos una coca-cola y charlamos. Al ratito, caminito a casa que hay niños esperando.

Así que aquí me tenéis abriendo la puerta, viendo a las cebras pasar, y me pregunto qué estarán haciendo los otros tres. Incluyo a mi hermano en el tema.

Voy por el pasillo y me encuentro bolsas de patatitas de Burger King y una caja de pizza. Yo, de verdad, no entiendo esta fijación que tienen mis hijos por pedir comida a domicilio cuando yo no estoy controlando. Espero que, al menos, lo hayan cargado a la cuenta de mi hermano.

Llamo a voces a mi hijo mayor y me dice que está en su cuarto. Entro y allí está él con tres amigos del barrio jugando a la Play un jueves comiéndose la pizza encima de la cama. Pero, ¿qué es esto? ¿Dónde está tu hermana? En la cocina.

Siento, de repente, una presión en la nuca que me sube y baja por la espalda. No puedo ni respirar. La aspirante a Masterchef con toda la cocina para ella sola. No lo quiero ni pensar.

Entro y me saluda, efusiva: ¡Hola Mamiiiii! Estoy haciendo un bizcocho.

Ya lo veo, harina por el suelo, harina por las encimeras, por todos los sitios. En algunos lugares acompañada de clara de huevo que chorrea por las puertas de los muebles. Me quiero morir.

Y me pregunto: Pero, este hombre, ¿dónde está?

Me giro y las cebras están haciendo lo propio comiendo del cacharro de la perra. Mi hija, en concreto, bebiéndose el agua. ¡Aggggghhh!

Pero, ¿qué haces?

Somos cebras, me dice. - Vaya, la pobre se ha atascado. Será el efecto del rotulador permanente o del agua. Vete tú a saber.

Y entonces empiezo a llamar a mi hermano como una loca que desde el salón me dice, con voz pausada: Estoy aquiiiiií.

Voy y le digo: Pero vamos a ver, ¿esto qué es?

Pues esto es, que estoy dejando a los niños expresar su creatividad, porque tú los tienes castrados y no les dejas hacer nada.

Ya, ¡ja!, a verse 3 capítulos seguidos de Juego de Tronos en el ipad ahora se le llama dejar libertad. La próxima vez, le haré caso a Cari, que es muy sabio y buscaré a alguien con experiencia.

Posted on 19/11/2015 Home, Vamos a pingüinear/Penguin... 0 1557

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Giro la llave y entro en casa. Según abro la puerta veo pasar a Lola, la perra negra de mi hermano, como una cebra. Lleva rayas blancas pintadas con algo que parece typex. Levanto un milímetro la vista y veo a mi hija pequeña a cuatro patas en pantalones cortos y con el cuerpo pintado con algo que parece rotulador permanente negro. Me mira y me dice: Somos cebras.

¡Qué flash! ¡Qué vida más surrealista tengo! ¡Qué suerte! ¿Qué más habrá dentro? No quiero verlo.

Todo empezó el lunes. Esta semana -como bien sabéis porque os lo he ido contado- hemos estado trabajando en el lanzamiento de la nueva web de Saco Pingüino.

Mi compi María y yo hemos estado codo con codo dándolo todo. Tengo una compi que es de lo mejor. Vamos a sacarle aquí los colores: es dispuesta, resolutiva, cariñosa, amable, una crack en el trabajo. Todo lo que se le puede pedir a una compi.

Bueno, pues ahí echándolo todo estábamos todos y, como Cari estaba por California esta semana, tuve que pedirle a mi hermano que se quedara con los niños porque se me iba a hacer tarde.

Así que allí le dejé las llaves de casa, le dije que fuera a recogerlos a la parada, que en la nevera encontraría la cena, que la hiciera, que ya llegaría yo.

Y yo me quedé con mi compi más tranquila que un 8.

Cari me manda un whatsapp, y ya pierdo la cuenta de lo que estaba haciendo. ¡Mira que me molesta que me manden whatsapp en el trabajo!

Otro día os hablo de los 3 grupos de whatsapp que tengo, de madres de cada una de las clases, con preguntas tipo: Mañana qué llevan, ¿camiseta o camisa? y un debate de 45 minutos donde todas opinan como si aquello fuera opinar o morir.

Yo las tengo en silencio permanente. De vez en cuando, para que no crean que tengo problemas sociales, les mando un emoticono neutral, tipo un marcianito, palmas. Eso les encanta. Y si quiero saber si llevan polo o camiseta, miro el libro de padres que para eso me lo dan.

¿Y qué me decís de los papás y su chat del futbol de los niños? Son todos mega entrenadores, unos comentarios que ni Guardiola, lo viven con un fervor, y los pobres niños con 5 años no pueden ni con los tacos de las botas, hacen lo que pueden. Y ellos se pasan el sábado por la tarde rememorando las mejores jugadas del partido de la mañana.

En silencio todos, ¡a callar!

Whatsapp de Cari: ¿Estás segura de que estarán bien?

Yo: ¿Quién, él o los niños?

Cari: Pues los niños. Es que él no tiene experiencia.

Acabáramos, la próxima vez le pido el curriculum. ¡Por Dios! Se trata de cuidar a sus sobrinos, no de construir un cohete espacial. Pero claro, al final le voy a tener que dar la razón a Cari, porque a ver cómo le quito yo ahora el rotulador permanente a la niña, que hasta un hocico se ha pintado.

Pues nada, como María y yo somos unas fieras y hemos terminado, nos vamos a casa. Primero nos tomamos una coca-cola y charlamos. Al ratito, caminito a casa que hay niños esperando.

Así que aquí me tenéis abriendo la puerta, viendo a las cebras pasar, y me pregunto qué estarán haciendo los otros tres. Incluyo a mi hermano en el tema.

Voy por el pasillo y me encuentro bolsas de patatitas de Burger King y una caja de pizza. Yo, de verdad, no entiendo esta fijación que tienen mis hijos por pedir comida a domicilio cuando yo no estoy controlando. Espero que, al menos, lo hayan cargado a la cuenta de mi hermano.

Llamo a voces a mi hijo mayor y me dice que está en su cuarto. Entro y allí está él con tres amigos del barrio jugando a la Play un jueves comiéndose la pizza encima de la cama. Pero, ¿qué es esto? ¿Dónde está tu hermana? En la cocina.

Siento, de repente, una presión en la nuca que me sube y baja por la espalda. No puedo ni respirar. La aspirante a Masterchef con toda la cocina para ella sola. No lo quiero ni pensar.

Entro y me saluda, efusiva: ¡Hola Mamiiiii! Estoy haciendo un bizcocho.

Ya lo veo, harina por el suelo, harina por las encimeras, por todos los sitios. En algunos lugares acompañada de clara de huevo que chorrea por las puertas de los muebles. Me quiero morir.

Y me pregunto: Pero, este hombre, ¿dónde está?

Me giro y las cebras están haciendo lo propio comiendo del cacharro de la perra. Mi hija, en concreto, bebiéndose el agua. ¡Aggggghhh!

Pero, ¿qué haces?

Somos cebras, me dice. - Vaya, la pobre se ha atascado. Será el efecto del rotulador permanente o del agua. Vete tú a saber.

Y entonces empiezo a llamar a mi hermano como una loca que desde el salón me dice, con voz pausada: Estoy aquiiiiií.

Voy y le digo: Pero vamos a ver, ¿esto qué es?

Pues esto es, que estoy dejando a los niños expresar su creatividad, porque tú los tienes castrados y no les dejas hacer nada.

Ya, ¡ja!, a verse 3 capítulos seguidos de Juego de Tronos en el ipad ahora se le llama dejar libertad. La próxima vez, le haré caso a Cari, que es muy sabio y buscaré a alguien con experiencia.

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