- Cari, has engordado – le digo así, con mucho tacto.

-¿Tú crees?- me pregunta asombrado.

- Sí, sí lo creo. Si no, no te lo diría – le sigo diciendo con mucho tacto.

- Tú también has engordado un poco, mi amor- me dice él a mí.

- Pero, ¿qué dices? Yo no he engordado ni un gramo.

- Entonces, ¿por qué hace tanto tiempo que no te pones tus pantalones preferidos?

- Tienen una mancha - le contesto.

- Creo que nos hemos pasado un poco estas Navidades – dice Cari- ¿Por qué no hacemos una dieta juntos? Podíamos empezar por tirar todas las cosas que engordan. Por ejemplo, tú podías tirar las patatas fritas.

-Si yo tiro las patatas fritas, entonces tú tiras la mantequilla de cacahuete – le digo con cara de “Te odio”

En esta vida puedo pasar sin muchas cosas, pero entre ellas no están precisamente las patatitas fritas; son mi perdición, mi debilidad, no puedo vivir sin ellas.

- Pues si yo tiro la mantequilla de cacahuetes, entonces tú tiras las galletas de chocolate – me responde Cari con cara de “Te odio”

- Pues entonces tú, la cerveza- le replico yo.

 - A ver, Cariño. Vamos a centrarnos porque como sigamos así acabamos tirando la despensa entera. Vamos a meter bajo llave la comida que nos pierde y nos engorda y el resto lo dejamos para los niños. ¿Te parece?

- Entonces, ¿qué vamos a guardar que no te sigo?

- Tu, las patatas y las galletas de chocolate y yo la mantequilla de cacahuete y la cerveza. Lo vamos a meter en este contenedor y cerrarlo con llave.

Y como no me fío de ti – dice Cari- voy a darle al niño la llave para que la custodie.

Y así lo hicimos. Han pasado ya 8 días y estamos fenomenal. Creo que he adelgazado ya algo así como dos gramos pero, de ánimo, estoy genial. La expectativa de pasarme los próximos 6 meses sin comer patatitas fritas me motiva mucho.

Llega el décimo día de dieta. Echo tanto de menos las patatitas fritas que decido que, después de trabajar, como me toca ir a hacer la compra, me voy a comprar una bolsa y voy a comérmela entera. Pero cuando llego allí, la idea de mí misma más delgada y la promesa hecha a Cari me hace recapacitar. Para evitar caer en la tentación, me marcho a casa y no compro nada.

Me quedan, por lo menos 45 minutos hasta que lleguen los niños del cole así que, si me doy prisa en llegar, podría ver un capítulo de mi serie preferida.

Entro en casa quitándome el abrigo al vuelo y dispuesta a tirarme en el sofá, coger el mando a distancia y disfrutar cuando, de repente, me quedo a cuadros, paralizada ante lo que estoy viendo: Cari siéndome absolutamente infiel en pleno salón. No puedo creerlo. Nunca, nunca, lleguéis a casa sin avisar.

Ahí está, en el sofá, zampándose un sándwich de mantequilla de cacahuete, bebiéndose una cerveza y… ¡comiéndose mis patatas!

- Así que engañándome – le grito.

Se asusta tanto al verme que la cerveza sale volando por los aires. Se pone de pie firme como un cadete y me dice:

-No es lo que parece.

¿Por qué todo el mundo dice esa estúpida frase cuando le pillan in fraganti?

-¿No es lo que parece? – le hago el eco- ¿Te digo lo que parece? Pareces un sucio traidor que además de engañarme, me roba mi comida y se la come, ¡dame mis patatas!

 -Que no, Cariño. No es lo que parece porque, aunque no te lo creas, te estaba esperando y por eso he sacado de la caja tus patatitas y tus galletas de chocolate. Venga, ¿te vienes al sofá conmigo? 

¿Qué puedo hacer yo más que rendirme al pecado?

Así que nos acurrucamos en el sofá con una mantita y mientras veíamos nuestra serie le pregunto:

- ¿Cómo has conseguido la llave?, porque a mí el niño nunca me ha dejado comprarle y mira que lo he intentado, ni ofreciéndole una PlayStation4

- Yo tenía una copia – me contesta.

- Así que llevas tomando cerveza desde el principio.

- A lo mejor un poco, pero siempre sacaba las patatitas, por si llegabas.

¡¡¡Ayyyy, muero de amor!!!!

- Cari, has engordado – le digo así, con mucho tacto.

-¿Tú crees?- me pregunta asombrado.

- Sí, sí lo creo. Si no, no te lo diría – le sigo diciendo con mucho tacto.

- Tú también has engordado un poco, mi amor- me dice él a mí.

- Pero, ¿qué dices? Yo no he engordado ni un gramo.

- Entonces, ¿por qué hace tanto tiempo que no te pones tus pantalones preferidos?

- Tienen una mancha - le contesto.

- Creo que nos hemos pasado un poco estas Navidades – dice Cari- ¿Por qué no hacemos una dieta juntos? Podíamos empezar por tirar todas las cosas que engordan. Por ejemplo, tú podías tirar las patatas fritas.

-Si yo tiro las patatas fritas, entonces tú tiras la mantequilla de cacahuete – le digo con cara de “Te odio”

En esta vida puedo pasar sin muchas cosas, pero entre ellas no están precisamente las patatitas fritas; son mi perdición, mi debilidad, no puedo vivir sin ellas.

- Pues si yo tiro la mantequilla de cacahuetes, entonces tú tiras las galletas de chocolate – me responde Cari con cara de “Te odio”

- Pues entonces tú, la cerveza- le replico yo.

 - A ver, Cariño. Vamos a centrarnos porque como sigamos así acabamos tirando la despensa entera. Vamos a meter bajo llave la comida que nos pierde y nos engorda y el resto lo dejamos para los niños. ¿Te parece?

- Entonces, ¿qué vamos a guardar que no te sigo?

- Tu, las patatas y las galletas de chocolate y yo la mantequilla de cacahuete y la cerveza. Lo vamos a meter en este contenedor y cerrarlo con llave.

Y como no me fío de ti – dice Cari- voy a darle al niño la llave para que la custodie.

Y así lo hicimos. Han pasado ya 8 días y estamos fenomenal. Creo que he adelgazado ya algo así como dos gramos pero, de ánimo, estoy genial. La expectativa de pasarme los próximos 6 meses sin comer patatitas fritas me motiva mucho.

Llega el décimo día de dieta. Echo tanto de menos las patatitas fritas que decido que, después de trabajar, como me toca ir a hacer la compra, me voy a comprar una bolsa y voy a comérmela entera. Pero cuando llego allí, la idea de mí misma más delgada y la promesa hecha a Cari me hace recapacitar. Para evitar caer en la tentación, me marcho a casa y no compro nada.

Me quedan, por lo menos 45 minutos hasta que lleguen los niños del cole así que, si me doy prisa en llegar, podría ver un capítulo de mi serie preferida.

Entro en casa quitándome el abrigo al vuelo y dispuesta a tirarme en el sofá, coger el mando a distancia y disfrutar cuando, de repente, me quedo a cuadros, paralizada ante lo que estoy viendo: Cari siéndome absolutamente infiel en pleno salón. No puedo creerlo. Nunca, nunca, lleguéis a casa sin avisar.

Ahí está, en el sofá, zampándose un sándwich de mantequilla de cacahuete, bebiéndose una cerveza y… ¡comiéndose mis patatas!

- Así que engañándome – le grito.

Se asusta tanto al verme que la cerveza sale volando por los aires. Se pone de pie firme como un cadete y me dice:

-No es lo que parece.

¿Por qué todo el mundo dice esa estúpida frase cuando le pillan in fraganti?

-¿No es lo que parece? – le hago el eco- ¿Te digo lo que parece? Pareces un sucio traidor que además de engañarme, me roba mi comida y se la come, ¡dame mis patatas!

 -Que no, Cariño. No es lo que parece porque, aunque no te lo creas, te estaba esperando y por eso he sacado de la caja tus patatitas y tus galletas de chocolate. Venga, ¿te vienes al sofá conmigo? 

¿Qué puedo hacer yo más que rendirme al pecado?

Así que nos acurrucamos en el sofá con una mantita y mientras veíamos nuestra serie le pregunto:

- ¿Cómo has conseguido la llave?, porque a mí el niño nunca me ha dejado comprarle y mira que lo he intentado, ni ofreciéndole una PlayStation4

- Yo tenía una copia – me contesta.

- Así que llevas tomando cerveza desde el principio.

- A lo mejor un poco, pero siempre sacaba las patatitas, por si llegabas.

¡¡¡Ayyyy, muero de amor!!!!