El Pegamento

El Pegamento

Tenemos la nevera llena de imanes. Cada vez que alguien se va de viaje, lo único que le pido es que me traiga un imán. Mi hija pequeña tiene uno que es su preferido y el otro día por accidente se me cayó y se rompió.

-No te preocupes que mañana, como no tengo que ir a trabajar, puedo comprar pegamento y te lo arreglo.

Me había cogido el día libre para poder hacer recados y vaguear yo sola un poco que, a veces, se necesita. Es el único día del año que me puedo coger para mí, el resto lo reparto entre las vacaciones de verano y las de Navidad para atender a los niños.

 

Me voy al supermercado, encuentro un pegamento de contacto tamaño profesional, y lo compro. Así me dura más tiempo, pensé.

Pego el imán de la niña, cierro cuidadosamente el tubo y a los dos minutos se vuelve a caer el imán. ¡Vaya por Dios!

Cojo el tubo otra vez, pero vaya, no soy capaz de abrir el tapón. Se ha debido quedar pegado. Es lo que suele pasar con estos pegamentos. Voy a por un alicate y fuerzo el envase hasta que lo abro, con tan mala suerte que de tanto apretar se sale todo el pegamento y se me cae al suelo.

 

-¡Ay, Dios mío! Todo el suelo lleno de esto que no se quita- grito yo sola.

Cojo una bayeta y me tiro como una loca a limpiarlo. Me agarro a la nevera para levantarme y cuando miro, la bayeta se me ha quedado pegada a la mano.

-Vaya la que estoy organizando – pensé.

Me voy a quitar la bayeta con la otra mano cuando me doy cuenta de que la tengo pegada a la puerta de la nevera.

¡Ay, Señor! Pero, ¿yo qué te he hecho? Pero, ¿por qué yo?

Intento despegar la palma de la mano, pero me resulta muy doloroso. Cada vez que intento moverla es como si me estuvieran arrancando la piel.

 

Abro la puerta de la nevera para poder llegar a la mesa donde está el móvil, pero lo único que consigo es quedarme encajada entre la puerta y la pared y yo quería ir justo en la otra dirección.

Levanto la pierna como si fuera Nadia Comaneci con la intención de llegar a la mesa, pero me da un tirón en el muslo que me tengo que poner de rodillas para poder aguantarlo. 

 

Decido esperar a que Cari llegue a comer y me rescate.

 

Llevo 3 horas pegada a la nevera y no hay rastro de nadie por aquí. Tengo tantas ganas de ir al baño que se me despierta el intelecto y decido sacar la puerta de los bornes para poder llegar al baño porque estoy en pleno ataque de histeria.

 

Saco la puerta de su sitio, ayudándome con los pies. Se caen todos los envases que estaban dentro, pero consigo llegar a la mesa. Con la bayeta pegada a la mano es imposible desbloquear el móvil, así que me paso otra hora de pie abrazada a la puerta, rogando a Dios que llegue Cari para poder ir al baño, pero Cari no llega.

 

De repente una llamada, ¡mi cuñado! Contesto arrastrando la nariz como puedo por la pantalla y grito:

-Ven corriendo a casa. Tienes que ayudarme.

No oigo lo que dice porque no he puesto el manos libres.

 

Hago 80 maniobras para salir de la cocina y, por fin, llego al pasillo. Pongo la puerta en horizontal en el suelo y tirando de las dos manos la voy arrastrando hasta que llego a la entrada de la casa.

En ese momento abre mi cuñado y me encuentra en esa guisa y me dice:

 

- ¿La puerta de la nevera la tienes tirada en medio del pasillo por alguna razón en especial o es que te gusta limpiarla fuera de su hábitat natural?

-Estoy pegada a ella. ¿No lo ves? - le contesto

- ¿Pegada a la puerta? ¡Vaya! Bueno, pero ya puedes soltar la bayeta que la nevera creo que la has dejado bien limpia.

-También la tengo pegada a la mano.

- ¿Con qué limpias tú? Lo digo para no comprarlo.

-Necesito ir al baño, no puedo más. Llevo 5 horas así.

Mi cuñado levanta primero la puerta y luego a mí. Me lleva hasta el baño. ¡Qué alivio!

-Bueno, ahora vamos a pensar cómo vamos hasta el hospital porque en el coche ya te digo que la puerta no cabe – dijo mi cuñado. Ya sé, iremos en autobús- dice

 

La puerta no cupo en el autobús, . Tuvieron que venir los médicos a casa a despegármela con disolvente. Nunca más vuelvo a pegar nada.

Posted on 29/01/2017 Últimos post 0 2668

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Tenemos la nevera llena de imanes. Cada vez que alguien se va de viaje, lo único que le pido es que me traiga un imán. Mi hija pequeña tiene uno que es su preferido y el otro día por accidente se me cayó y se rompió.

-No te preocupes que mañana, como no tengo que ir a trabajar, puedo comprar pegamento y te lo arreglo.

Me había cogido el día libre para poder hacer recados y vaguear yo sola un poco que, a veces, se necesita. Es el único día del año que me puedo coger para mí, el resto lo reparto entre las vacaciones de verano y las de Navidad para atender a los niños.

 

Me voy al supermercado, encuentro un pegamento de contacto tamaño profesional, y lo compro. Así me dura más tiempo, pensé.

Pego el imán de la niña, cierro cuidadosamente el tubo y a los dos minutos se vuelve a caer el imán. ¡Vaya por Dios!

Cojo el tubo otra vez, pero vaya, no soy capaz de abrir el tapón. Se ha debido quedar pegado. Es lo que suele pasar con estos pegamentos. Voy a por un alicate y fuerzo el envase hasta que lo abro, con tan mala suerte que de tanto apretar se sale todo el pegamento y se me cae al suelo.

 

-¡Ay, Dios mío! Todo el suelo lleno de esto que no se quita- grito yo sola.

Cojo una bayeta y me tiro como una loca a limpiarlo. Me agarro a la nevera para levantarme y cuando miro, la bayeta se me ha quedado pegada a la mano.

-Vaya la que estoy organizando – pensé.

Me voy a quitar la bayeta con la otra mano cuando me doy cuenta de que la tengo pegada a la puerta de la nevera.

¡Ay, Señor! Pero, ¿yo qué te he hecho? Pero, ¿por qué yo?

Intento despegar la palma de la mano, pero me resulta muy doloroso. Cada vez que intento moverla es como si me estuvieran arrancando la piel.

 

Abro la puerta de la nevera para poder llegar a la mesa donde está el móvil, pero lo único que consigo es quedarme encajada entre la puerta y la pared y yo quería ir justo en la otra dirección.

Levanto la pierna como si fuera Nadia Comaneci con la intención de llegar a la mesa, pero me da un tirón en el muslo que me tengo que poner de rodillas para poder aguantarlo. 

 

Decido esperar a que Cari llegue a comer y me rescate.

 

Llevo 3 horas pegada a la nevera y no hay rastro de nadie por aquí. Tengo tantas ganas de ir al baño que se me despierta el intelecto y decido sacar la puerta de los bornes para poder llegar al baño porque estoy en pleno ataque de histeria.

 

Saco la puerta de su sitio, ayudándome con los pies. Se caen todos los envases que estaban dentro, pero consigo llegar a la mesa. Con la bayeta pegada a la mano es imposible desbloquear el móvil, así que me paso otra hora de pie abrazada a la puerta, rogando a Dios que llegue Cari para poder ir al baño, pero Cari no llega.

 

De repente una llamada, ¡mi cuñado! Contesto arrastrando la nariz como puedo por la pantalla y grito:

-Ven corriendo a casa. Tienes que ayudarme.

No oigo lo que dice porque no he puesto el manos libres.

 

Hago 80 maniobras para salir de la cocina y, por fin, llego al pasillo. Pongo la puerta en horizontal en el suelo y tirando de las dos manos la voy arrastrando hasta que llego a la entrada de la casa.

En ese momento abre mi cuñado y me encuentra en esa guisa y me dice:

 

- ¿La puerta de la nevera la tienes tirada en medio del pasillo por alguna razón en especial o es que te gusta limpiarla fuera de su hábitat natural?

-Estoy pegada a ella. ¿No lo ves? - le contesto

- ¿Pegada a la puerta? ¡Vaya! Bueno, pero ya puedes soltar la bayeta que la nevera creo que la has dejado bien limpia.

-También la tengo pegada a la mano.

- ¿Con qué limpias tú? Lo digo para no comprarlo.

-Necesito ir al baño, no puedo más. Llevo 5 horas así.

Mi cuñado levanta primero la puerta y luego a mí. Me lleva hasta el baño. ¡Qué alivio!

-Bueno, ahora vamos a pensar cómo vamos hasta el hospital porque en el coche ya te digo que la puerta no cabe – dijo mi cuñado. Ya sé, iremos en autobús- dice

 

La puerta no cupo en el autobús, . Tuvieron que venir los médicos a casa a despegármela con disolvente. Nunca más vuelvo a pegar nada.

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