EL CUENTO DE LAS TORTUGAS

EL CUENTO DE LAS TORTUGAS

Hace un par de sábados nos fuimos a visitar el mercado de Goldfish Market. Es el lugar al que debes ir si estás en Hong Kong y quieres comprarte una mascota. Todos lo deseábamos. Mi Querido Esposo había estado viajando sin descanso durante toda la semana, por motivos de trabajo, y yo había estado absorbida por los asuntos del PenguinBag, por lo que no había podido dedicar suficiente tiempo a mis pequeños.

¡A los niños les encantó la idea! Como era de esperar, mis hijos se enamoraron de los adorables cachorritos que había, pero dado que nuestra familia acaba de conseguir el diploma de “Familia Sin Pañales”, me negué rotundamente a llevarme a casa cualquier ser vivo que necesitase cierto entrenamiento para hacer sus necesidades.

Así que nos decidimos por un par de tortugas. Son pequeñas, del tamaño de una moneda de 1 euro, tienen su propio espacio para vivir y, lo mejor de todo, justo debajo de nuestro piso hay un estanque en el que viven felizmente todo tipo de tortugas. ¡Será un lugar perfecto para que pasen sus vacaciones mientras nosotros estamos fuera!

Los niños están encantados con ellas. Las pobres tortuguitas han sido tratadas, con cariño, sí, pero con cierta falta de delicadeza, por parte de mis hijos durante estos 10 días, y la verdad es que se las han arreglado para sobrevivir. Lo cierto es que es todo un logro, sobre todo teniendo en cuenta que una de ellas, tras desaparecer durante una hora, apareció buceando en la jarra de la limonada, y la otra pasó una noche dentro del sofá del salón, donde se escondió después de que Gabriel, ataviado con su pijama,  la cogiera por la cola y la pusiera patas arriba. La de Javi se despertó un día con los ojos hinchados. Tras cuestionarme si debía gastar 400 dólares hongkoneses en salvarle la vida a una tortuga que había costado 20, me dediqué a buscar en internet, hasta que descubrí que los largos baños de los que disfrutaba la tortuga, en agua con demasiado cloro, no le estaban haciendo mucho bien. Le apliqué un tratamiento con una botella de agua de Evian y sus ojitos me lo agradecieron tanto que en cuestión de horas habían recuperado su tamaño normal.

Gracias a ellas, mis hijos aprendieron que las tortugas no salen con facilidad de sus caparazones, pese a lo que diga Eric Carle (mi autor favorito de libros para niños) en su libro “La Tortuga Intrépida”. También han aprendido que la cantidad de comida que pueden ingerir tiene un límite, aunque tú hayas decidido vaciar el bote de comida para tortugas en su comedero.

Pero a pesar de todo, creo que ha llegado la hora de que pasen a vivir en un entorno menos estresante. Seguro que va a ser un buen plan para ellas que las llevemos el próximo fin de semana al estanque, lo tengo claro.

Posted on 05/01/2014 Home, Creciendo voy, creciendo... 0 1514

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Hace un par de sábados nos fuimos a visitar el mercado de Goldfish Market. Es el lugar al que debes ir si estás en Hong Kong y quieres comprarte una mascota. Todos lo deseábamos. Mi Querido Esposo había estado viajando sin descanso durante toda la semana, por motivos de trabajo, y yo había estado absorbida por los asuntos del PenguinBag, por lo que no había podido dedicar suficiente tiempo a mis pequeños.

¡A los niños les encantó la idea! Como era de esperar, mis hijos se enamoraron de los adorables cachorritos que había, pero dado que nuestra familia acaba de conseguir el diploma de “Familia Sin Pañales”, me negué rotundamente a llevarme a casa cualquier ser vivo que necesitase cierto entrenamiento para hacer sus necesidades.

Así que nos decidimos por un par de tortugas. Son pequeñas, del tamaño de una moneda de 1 euro, tienen su propio espacio para vivir y, lo mejor de todo, justo debajo de nuestro piso hay un estanque en el que viven felizmente todo tipo de tortugas. ¡Será un lugar perfecto para que pasen sus vacaciones mientras nosotros estamos fuera!

Los niños están encantados con ellas. Las pobres tortuguitas han sido tratadas, con cariño, sí, pero con cierta falta de delicadeza, por parte de mis hijos durante estos 10 días, y la verdad es que se las han arreglado para sobrevivir. Lo cierto es que es todo un logro, sobre todo teniendo en cuenta que una de ellas, tras desaparecer durante una hora, apareció buceando en la jarra de la limonada, y la otra pasó una noche dentro del sofá del salón, donde se escondió después de que Gabriel, ataviado con su pijama,  la cogiera por la cola y la pusiera patas arriba. La de Javi se despertó un día con los ojos hinchados. Tras cuestionarme si debía gastar 400 dólares hongkoneses en salvarle la vida a una tortuga que había costado 20, me dediqué a buscar en internet, hasta que descubrí que los largos baños de los que disfrutaba la tortuga, en agua con demasiado cloro, no le estaban haciendo mucho bien. Le apliqué un tratamiento con una botella de agua de Evian y sus ojitos me lo agradecieron tanto que en cuestión de horas habían recuperado su tamaño normal.

Gracias a ellas, mis hijos aprendieron que las tortugas no salen con facilidad de sus caparazones, pese a lo que diga Eric Carle (mi autor favorito de libros para niños) en su libro “La Tortuga Intrépida”. También han aprendido que la cantidad de comida que pueden ingerir tiene un límite, aunque tú hayas decidido vaciar el bote de comida para tortugas en su comedero.

Pero a pesar de todo, creo que ha llegado la hora de que pasen a vivir en un entorno menos estresante. Seguro que va a ser un buen plan para ellas que las llevemos el próximo fin de semana al estanque, lo tengo claro.

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