120 euros

120 euros

Ha llegado el frío. El invierno ya no espera más, así que me toca sacar los abrigos de toda la familia.

Manos a la obra, me pongo a revisar todos los bolsillos antes de meter las prendas en la lavadora por si acaso hay alguna goma o lápiz en los abrigos de los niños.

Meto la mano y ¿a qué no sabéis lo que me encontré en el bolsillo de mi hija pequeña?

¡120 euros!

¿Os acordáis de los zapatos que tuve que dejar de comprarme porque tuve que pintar el coche?

Yo también me acuerdo de ellos y ahora ¡¡¡vuelven a mí!!!! Siiiiíiii ¡Aleluya!

No me puedo creer que haya tenido tanta suerte, ¿qué harían esos 120 euros en el bolsillo de mi hija?

Bueno, ¡qué más da! El caso es que me los he encontrado y míos son.

 

Fui a la tienda que no corría, volaba. Allí seguían, esperándome.

-¡Venid con Mamá, bonitos míos! Me los pongo y me quedan como un guante. ¡Ayy! ¡Qué maravilla!

Llego a casa y, con tan sólo subirme sobre ellos, me siento 10 centímetros más alta y 10 kilos más ligera. Los voy a estrenar el sábado que viene en el cumpleaños de mi hijo.

Me los quito, los meto en su caja y me voy a recoger a los niños al autobús.

Cuando llega Cari y ve que he sacado los abrigos, me llama a un lado y me dice con mucho misterio:

- ¿Has lavado los abrigos?

-Sí, claro.

- ¿Has revisado los bolsillos antes? Es que he ido guardando 20 euros desde hace unos meses para comprar el regalo del niño.

-Sí, Cari, los he mirado y no había nada- No es que yo sea una mentirosa compulsiva; es la realidad la que me obliga a mentir – Se habrán desintegrado.

-Los billetes, Cariño, no se desintegran.

Cojo el abrigo y me saco un trozo de clínex usado del bolsillo trasero del pantalón. Hago como que lo saco del abrigo y le digo:

-Mira, ¿ves? Aquí están, desintegrados.

-Eso es un clínex, no son billetes.

-Pues no sé, Cari. Seguro que al meterlos en la secadora se han deshecho. Ahora vamos a bañar a los niños que ya es tardísimo. No me entretengas más.

 

Me despierto de repente a las 3 de la mañana. Oigo un ruido, creo que han entrado a robar. Alguien está de pie delante del armario buscando algo.

Me muero de miedo, no sé qué hacer. Intento avisar a Cari, pero no está en su lado de la cama.

Grito del puro pánico que tengo y oigo que Cari dice:

-Chisss, no grites que vas a despertar a los niños.

-Me has dado un susto de muerte. ¿Qué haces ahí de pie?

-Estoy buscando los 120 euros. Estoy seguro de que estaban dentro del abrigo y, si no, se han debido caer por el armario. O incluso nos han robado. Mañana es el día que viene la asistenta, ¿no? Hablaré con ella.

 

¡Ay, pobre mía! Ahora va a cargar ella con el pato por mi culpa.

Cari, acuéstate y te prometo que mañana por la tarde hago una búsqueda profunda y no voy a parar hasta que los encuentre.

El pobre Cari está tan cansado que se acuesta y se queda dormido inmediatamente.

No me va a quedar más remedio que devolver los zapatos. Estoy desolada.

Me levanto, los cojo, me los pongo y me acuesto con ellos puestos. Por lo menos, durante esta noche, serán totalmente míos.

Empiezo a pensar que igual no me devuelven el dinero. ¿Y si me dan un vale?

Dios mío ¡no puedo dormir! Me levanto, busco el ticket y leo: Pasadas 48 horas no se hará devolución de efectivo.

Mañana, sin falta, tengo que ir.

A la una y cuarto le cuento a Natalia, mi jefa, todo mi periplo y le digo que si me deja salir un poco antes para poder devolver los zapatos antes de que cierren.

Natalia me pone cara de “esta mujer no tiene remedio” y me dice:

-Anda, vete. Y corre, que van a cerrar.

Corro como si no hubiera un mañana.

Llego a la tienda, aún abierta, y le digo a la dependienta:

-Quería hacer una devolución.

-Muy bien- me contesta.

Me doy la vuelta para que no me vea y les doy un beso a los zapatos, despidiéndome de ellos. Se me parte el corazón.

-Adiós, cariños- les digo en un susurro.

-Si me permite la caja- me dice la dependienta.

-Yo le tiendo la caja pero no la suelto. ¡No quiero dejarlos partir!

-Para realizar la devolución es importante que me de la caja, Señora -y según me lo dice, da un tirón y se queda con la caja y yo salgo impulsada para atrás y me caigo.

-¡Ay, perdone usted!

Me levanto con toda la dignidad que puedo colocándome el pelo y le pregunto: Es devolución de efectivo, ¿verdad?

-Sí, así es.

Me devuelve 120 euros. Cojo el dinero y vuelvo corriendo a casa.

Meto los billetes en el pantalón, me lo quito y lo meto en la lavadora. Pongo el programa rápido y lo lavo.

Salen súper arrugados. Los cojo, los vuelvo a meter en los pantalones y lo meto todo en la secadora.

30 minutos después tengo los billetes que parece que les ha pasado una apisonadora por encima.

Hago un agujero en el bolsillo del abrigo de mi hija y dejo caer los billetes hacia el interior del forro.

Vuelvo al trabajo otra vez corriendo.

Esta vez le toca a Cari ir a recoger a los niños.  cuando llego a casa, Cari está de lo más contento:

- ¿A que no sabes qué?

- ¿Qué? – le contesto cantarina.

- Que he encontrado los 120 euros.

- ¿Y dónde estaban Cari?

- Donde tú los dejaste, Cariño, en el forro del abrigo.

Sin sangre me quedé.

- ¿No te acuerdas, CA-RI-ÑO, de que la casa tiene sistema de seguridad? La próxima vez, no te pongas delante de la cámara a hacer “tus cosas”. 

Touchée

Posted on 21/11/2016 Home, Últimos post 0 2181

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