El ticket

El ticket

Llegamos a Punta Umbría, precioso pueblo.

Cari no llega de muy buen humor, la verdad, pero los niños están encantados; calor, playa y piscina. Un apartamento chiquitín, aunque muy bien equipado.

Allí nos está esperando nuestro grupo de amigos; 3 parejas más con todos sus hijos. Al final, 17 personas; 8 adultos y 9 niños de todas las edades, desde los 6 meses a los 11 años. Vamos por Punta Umbría que parecemos un colegio.

Llega el momento tener que ir al súper a comprar comida para 17. Así que dividimos el trabajo; chicos a deshacer las maletas y a meter a los niños en la piscina; chicas a la compra.

Allí llegamos al supermercado; era un pequeño centro comercial que tenía un súper y un gran bazar. Aparcamos en el garaje y subimos a la tienda. Hicimos una compra grande, ¡como para 17! 

El chico de la caja nos dice: Son 987 euros

Nos miramos las 4 con cara de alucinadas y decimos a la vez:

- ¿Novecientos qué?

- Compruébalo, por favor, que tiene que haber algo mal.

No, está todo bien- nos dijo el cajero que, obviamente, muchas luces no tenía.

A ver, ¿puedo?- le digo

Déjame ver la pantalla. Le doy un golpe de cadera y me coloco en su sitio. Empiezo a mirar uno por uno hasta que encuentro: barra de lomo ibérico 400 g, 860 euros. ¡Bingo!

Y lo único que se me ocurre es coger el micrófono de la caja y decir:

-Señores clientes, hoy como oferta tenemos la barra de lomo embuchado a 860 euros el medio kilo. Aprovechen que se acaban – ¡Ay! siempre he querido decir algo así por megafonía

Aparece el supervisor:

-¿Sucede algo, señoras?- nos pregunta con cara de enfado cuando me ve a mí con el micrófono en mano y pasando sin parar el lomo embuchado por el lector de códigos de barra con la destreza adquirida en el Hágalo usted mismo de Carrefour.

 El encargado nos miró con el desprecio que te miran los pobres lugareños que tienen que aguantar a los veraneantes que llegan con ganas de cachondeo. 

Se armó de paciencia, solucionó el error y nos cobró. 

El supervisor me dijo: 

Este es el ticket del aparcamiento. Lo tiene que presentar a la máquina cuando salga.

Yo le miré con cara de:  ¿tú que te crees, que no he abierto yo una barrera de código de barras en mi vida? 

-No te preocupes, hombre, que a la barrera le presento al ticket y a mi amiga Mayte que está aquí conmigo- le contesté

Colocamos todas nuestras compras en el coche y nos disponemos a presentarle el ticket a la barrera.

Meto el papel por un hueco extraño. La barrera no se mueve. 

Lo meto boca arriba, boca abajo, del derecho, del revés… aquello no se abre ni para atrás. Mis compis ya se empiezan a poner nerviosas. 

 

-Pero, ¿qué haces? Mételo de la otra manera, a ver si se abre - dice Sara- Nada, no abre.

Tienes que ponerlo debajo de esos rayos rojos que ves cuando pasas el papel- dice Laura, pero tampoco.

Y detrás de nuestro coche empieza a acumularse una larga fila de vehículos.

Mayte se pone nerviosa y me dice: Pulsa el botón de información.

Llamo una vez, nadie contesta. Dos, tres, nada.

 

Mayte, nerviosa perdida, decide coger el ticket de la compra y buscar el número para llamar al supermercado.

Mientras, el conductor del coche de atrás me grita desde su coche:

-¡Llama al supermercado, hombre!

¡Eso es lo que estamos haciendo, listo! -le replico- pero no contestan. Prueba a llamar tú que seguro que a ti te cogen el teléfono.

Así que, después de pegarme con media cola de coches, decido empezar a pitar a ver si sale alguien de supermercado y nos ayuda.

Estoy en mi apogeo de pitadas cuando, de repente, alguien da dos golpes secos en el techo de mi coche a la altura de mi ventanilla que casi casi me saca el corazón por la boca del susto y me dice:

-Ti-ke

Yo miro para mi izquierda por la ventanilla y veo al dueño del Gran Bazar, igualito al oriental de Resacón en la Vegas con una cara de malas pulgas que asusta. Yo lo único que hago es obedecer y darle el ticket.

Lo coge, lo pone en vertical y literalmente se lo presenta a la máquina e inmediatamente se abre la barrera.

Lo tira al suelo y nos mira con cara de: Sois tontas del bote.

Nos quedamos las 4 flipadas; yo cogida al volante mirando al frente que se me saltaban las lágrimas de los ojos de la risa por lo torpe que soy.

Mayte me dice:

¿Ves? Ahora ya sabes lo que es presentar un ticket. Anda, arranca, que el del coche de atrás va a salir te va a matar y con razón.

-Maite, no puedo, no puedo - y me da un ataque de risa que no puedo parar.

Y se baja la barrera otra vez.

Sale el del coche de atrás, se acerca a nuestro coche y nos dice: Vosotras, ¿de qué pueblo sois? Porque de verdad que no he visto a nadie más torpe saliendo de un parking. O salís o vamos a llamar a la policía.

Yo le miro ojiplática y le digo: 

¿Y cómo quieres que salga si no tengo ticket?

Vuelve el dueño del Gran Bazar, presenta el ticket a la máquina y nos dice:

-Velaneante tonta, no volver por aquí.

Y así hicimos, no volvimos más al supermercado, nos tuvimos que ir hasta Lepe a comprar. Allí estamos en nuestro elemento.

Posted on 10/07/2016 Home, Pingüineando/ Penguin..., Últimos post 0 1425

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Llegamos a Punta Umbría, precioso pueblo.

Cari no llega de muy buen humor, la verdad, pero los niños están encantados; calor, playa y piscina. Un apartamento chiquitín, aunque muy bien equipado.

Allí nos está esperando nuestro grupo de amigos; 3 parejas más con todos sus hijos. Al final, 17 personas; 8 adultos y 9 niños de todas las edades, desde los 6 meses a los 11 años. Vamos por Punta Umbría que parecemos un colegio.

Llega el momento tener que ir al súper a comprar comida para 17. Así que dividimos el trabajo; chicos a deshacer las maletas y a meter a los niños en la piscina; chicas a la compra.

Allí llegamos al supermercado; era un pequeño centro comercial que tenía un súper y un gran bazar. Aparcamos en el garaje y subimos a la tienda. Hicimos una compra grande, ¡como para 17! 

El chico de la caja nos dice: Son 987 euros

Nos miramos las 4 con cara de alucinadas y decimos a la vez:

- ¿Novecientos qué?

- Compruébalo, por favor, que tiene que haber algo mal.

No, está todo bien- nos dijo el cajero que, obviamente, muchas luces no tenía.

A ver, ¿puedo?- le digo

Déjame ver la pantalla. Le doy un golpe de cadera y me coloco en su sitio. Empiezo a mirar uno por uno hasta que encuentro: barra de lomo ibérico 400 g, 860 euros. ¡Bingo!

Y lo único que se me ocurre es coger el micrófono de la caja y decir:

-Señores clientes, hoy como oferta tenemos la barra de lomo embuchado a 860 euros el medio kilo. Aprovechen que se acaban – ¡Ay! siempre he querido decir algo así por megafonía

Aparece el supervisor:

-¿Sucede algo, señoras?- nos pregunta con cara de enfado cuando me ve a mí con el micrófono en mano y pasando sin parar el lomo embuchado por el lector de códigos de barra con la destreza adquirida en el Hágalo usted mismo de Carrefour.

 El encargado nos miró con el desprecio que te miran los pobres lugareños que tienen que aguantar a los veraneantes que llegan con ganas de cachondeo. 

Se armó de paciencia, solucionó el error y nos cobró. 

El supervisor me dijo: 

Este es el ticket del aparcamiento. Lo tiene que presentar a la máquina cuando salga.

Yo le miré con cara de:  ¿tú que te crees, que no he abierto yo una barrera de código de barras en mi vida? 

-No te preocupes, hombre, que a la barrera le presento al ticket y a mi amiga Mayte que está aquí conmigo- le contesté

Colocamos todas nuestras compras en el coche y nos disponemos a presentarle el ticket a la barrera.

Meto el papel por un hueco extraño. La barrera no se mueve. 

Lo meto boca arriba, boca abajo, del derecho, del revés… aquello no se abre ni para atrás. Mis compis ya se empiezan a poner nerviosas. 

 

-Pero, ¿qué haces? Mételo de la otra manera, a ver si se abre - dice Sara- Nada, no abre.

Tienes que ponerlo debajo de esos rayos rojos que ves cuando pasas el papel- dice Laura, pero tampoco.

Y detrás de nuestro coche empieza a acumularse una larga fila de vehículos.

Mayte se pone nerviosa y me dice: Pulsa el botón de información.

Llamo una vez, nadie contesta. Dos, tres, nada.

 

Mayte, nerviosa perdida, decide coger el ticket de la compra y buscar el número para llamar al supermercado.

Mientras, el conductor del coche de atrás me grita desde su coche:

-¡Llama al supermercado, hombre!

¡Eso es lo que estamos haciendo, listo! -le replico- pero no contestan. Prueba a llamar tú que seguro que a ti te cogen el teléfono.

Así que, después de pegarme con media cola de coches, decido empezar a pitar a ver si sale alguien de supermercado y nos ayuda.

Estoy en mi apogeo de pitadas cuando, de repente, alguien da dos golpes secos en el techo de mi coche a la altura de mi ventanilla que casi casi me saca el corazón por la boca del susto y me dice:

-Ti-ke

Yo miro para mi izquierda por la ventanilla y veo al dueño del Gran Bazar, igualito al oriental de Resacón en la Vegas con una cara de malas pulgas que asusta. Yo lo único que hago es obedecer y darle el ticket.

Lo coge, lo pone en vertical y literalmente se lo presenta a la máquina e inmediatamente se abre la barrera.

Lo tira al suelo y nos mira con cara de: Sois tontas del bote.

Nos quedamos las 4 flipadas; yo cogida al volante mirando al frente que se me saltaban las lágrimas de los ojos de la risa por lo torpe que soy.

Mayte me dice:

¿Ves? Ahora ya sabes lo que es presentar un ticket. Anda, arranca, que el del coche de atrás va a salir te va a matar y con razón.

-Maite, no puedo, no puedo - y me da un ataque de risa que no puedo parar.

Y se baja la barrera otra vez.

Sale el del coche de atrás, se acerca a nuestro coche y nos dice: Vosotras, ¿de qué pueblo sois? Porque de verdad que no he visto a nadie más torpe saliendo de un parking. O salís o vamos a llamar a la policía.

Yo le miro ojiplática y le digo: 

¿Y cómo quieres que salga si no tengo ticket?

Vuelve el dueño del Gran Bazar, presenta el ticket a la máquina y nos dice:

-Velaneante tonta, no volver por aquí.

Y así hicimos, no volvimos más al supermercado, nos tuvimos que ir hasta Lepe a comprar. Allí estamos en nuestro elemento.

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