La gripe

La gripe

Los que sois padres sabréis lo que significa estar enfermo y tener que cuidar de vuestros hijos. Es algo así como intentar escalar el Everest en chancletas.

 

Pues eso fue lo que me pasó a mí esta semana pasada.

 

7:00 de la mañana. Me sentía fatal. Era como si una pala demoledora me hubiera pasado por encima para ir y luego volver.

Cari estaba de viaje y sopesé la posibilidad de dejar a los niños en casa sin ir al cole para no tener que ponerme en pie pero pensé que eso me daría más trabajo así que no tuve más remedio que levantarme a duras penas y, en un esfuerzo sobrehumano, llegar hasta la cocina y tomarme un ibuprofeno para bajar la fiebre y aliviar los síntomas de la gripe.

 

Me pareció poco, me tomé uno y medio y ya conseguí ser persona.

Levanté a los niños, les dije que por favor se fueran vistiendo que me encontraba mal y me tumbé en el salón.

 

7:35 Me he quedado dormida en el sofá, me vuelvo a levantar a ver si los niños ya se han vestido y me encuentro con que cada uno se ha puesto la ropa a su manera y la verdad es que me vale.

La pequeña lleva la camisa al revés, unos leotardos y unos calcetines encima, pero no me importa.

7:45 Intento peinar a las niñas pero no lo consigo, así que las dejo sin peinar. Les doy un poco de leche y dos galletas y les digo que se pongan los zapatos y se laven los dientes

No me siento con fuerzas suficientes para ponerme a luchar contra la desobediencia, así que se van con los dientes sin lavar, los pelos sin peinar y la ropa del revés.

 

7:55 Emprendemos camino hacia la parada del autobús. Siento como si tuviera las piernas llenas de pinchos y cada vez que doy un paso un dolor estremecedor me recorre el cuerpo.

Me estoy mareando y a mitad de camino me tengo que parar y cogerme a una farola para no caerme al suelo.

Los niños me miran preocupadísimos y la pequeña le pregunta a mi hijo mayor: ¿Y si se muere? ¿Quién nos va a venir a recoger por la tarde a la parada?

 

Gran pregunta, pienso. Esta niña ha salido muy aguda, con gran espíritu de supervivencia.

 

Mi hijo le contesta: No se va a morir, sólo tiene gripe.

 

“Sólo”, pienso. No me voy a morir, pero las ganas las tengo, la verdad.

 

Llegamos a la parada del autobús y debo tener tan mala cara que el resto de padres cuando me ven se alejan en una reacción magnética y quedo sola en medio en cuestión de un segundo.

 

8:10 Vuelvo a casa. Tardo 20 minutos en recorrer el camino de vuelta porque me voy cogiendo a todas las farolas que me encuentro. Estoy mareada y con muchas náuseas.

 

Cuando por fin llego, me pongo un pijama con la idea de llamar a la oficina, decir que estoy mala y meterme en la cama. 

Me tomo un Frenadol a ver si así se me pasa el dolor de piernas y veo un jarabe de los niños para el dolor de garganta, me lo tomo también.

La mezcla de ibuprofeno, frenadol y jarabe en el arco de media hora no fue buena idea: empecé a ver doble así que me apoyé en la pared de la cocina y me senté en el suelo.

 

14:35 Me despierto tumbada en el suelo de la cocina rodeada de cereales, leche por el suelo y con el spray de nata montada en la mano. No os puedo decir de dónde salieron, supongo que sería un efecto secundario de la sobre medicación. Tenía un pitido en los oídos que parecía que llevaba el Expreso de Berlín dentro de la cabeza. ¡Que alguien venga y me mate, por favor! Nunca y digo nunca, mezcléis medicaciones.

 

En media hora tenía que ir a recoger a los niños otra vez. Intento cambiarme de ropa -una cosa tremenda- me siento sobre la tapa del w.c. para ponerme los calcetines y me mareo tanto que me apoyo contra la pared.

Me despierta el teléfono sonando, estoy sentada en el w.c con la cabeza sobre la cisterna y un calcetín en la mano.

Una de las mamás de la parada me está llamando porque el autobús ha llegado, los niños están allí y no hay nadie para recogerlos. Tienen a mi hija pequeña gritando como una loca a mi hijo: Ya te dije que se iba a morir y que nadie nos iba a venir a recoger.

 

Farfullo que, por favor, espere 5 minutos que voy para allá.

 

Salgo lo más rápido que puedo, en pijama, con el plumas encima y zapatillas, si tengo que ponerme los zapatos, no llegaré jamás. Soy como el anuncio del virus de la gripe andante.

 

Conseguimos llegar a casa y, la verdad, es que me quedé muy sorprendida.

 

Mi hijo mayor -de tan sólo 9 años- tomó las riendas de la situación: me puso el termómetro (40,1º), me metió en la cama, les dio de merendar a sus hermanas, las ayudó a hacer los deberes y llamó a mis padres para decirles que vinieran a cuidarme.

 

Así que llegó mi madre y, por fin, pude desmayarme a gusto en mi cama. Me desperté 3 días después como una rosa.

Que sería de nosotros sin nuestros hijos y sin nuestras madres.

Posted on 07/02/2016 Home, Vamos a pingüinear/Penguin... 0 1712

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Los que sois padres sabréis lo que significa estar enfermo y tener que cuidar de vuestros hijos. Es algo así como intentar escalar el Everest en chancletas.

 

Pues eso fue lo que me pasó a mí esta semana pasada.

 

7:00 de la mañana. Me sentía fatal. Era como si una pala demoledora me hubiera pasado por encima para ir y luego volver.

Cari estaba de viaje y sopesé la posibilidad de dejar a los niños en casa sin ir al cole para no tener que ponerme en pie pero pensé que eso me daría más trabajo así que no tuve más remedio que levantarme a duras penas y, en un esfuerzo sobrehumano, llegar hasta la cocina y tomarme un ibuprofeno para bajar la fiebre y aliviar los síntomas de la gripe.

 

Me pareció poco, me tomé uno y medio y ya conseguí ser persona.

Levanté a los niños, les dije que por favor se fueran vistiendo que me encontraba mal y me tumbé en el salón.

 

7:35 Me he quedado dormida en el sofá, me vuelvo a levantar a ver si los niños ya se han vestido y me encuentro con que cada uno se ha puesto la ropa a su manera y la verdad es que me vale.

La pequeña lleva la camisa al revés, unos leotardos y unos calcetines encima, pero no me importa.

7:45 Intento peinar a las niñas pero no lo consigo, así que las dejo sin peinar. Les doy un poco de leche y dos galletas y les digo que se pongan los zapatos y se laven los dientes

No me siento con fuerzas suficientes para ponerme a luchar contra la desobediencia, así que se van con los dientes sin lavar, los pelos sin peinar y la ropa del revés.

 

7:55 Emprendemos camino hacia la parada del autobús. Siento como si tuviera las piernas llenas de pinchos y cada vez que doy un paso un dolor estremecedor me recorre el cuerpo.

Me estoy mareando y a mitad de camino me tengo que parar y cogerme a una farola para no caerme al suelo.

Los niños me miran preocupadísimos y la pequeña le pregunta a mi hijo mayor: ¿Y si se muere? ¿Quién nos va a venir a recoger por la tarde a la parada?

 

Gran pregunta, pienso. Esta niña ha salido muy aguda, con gran espíritu de supervivencia.

 

Mi hijo le contesta: No se va a morir, sólo tiene gripe.

 

“Sólo”, pienso. No me voy a morir, pero las ganas las tengo, la verdad.

 

Llegamos a la parada del autobús y debo tener tan mala cara que el resto de padres cuando me ven se alejan en una reacción magnética y quedo sola en medio en cuestión de un segundo.

 

8:10 Vuelvo a casa. Tardo 20 minutos en recorrer el camino de vuelta porque me voy cogiendo a todas las farolas que me encuentro. Estoy mareada y con muchas náuseas.

 

Cuando por fin llego, me pongo un pijama con la idea de llamar a la oficina, decir que estoy mala y meterme en la cama. 

Me tomo un Frenadol a ver si así se me pasa el dolor de piernas y veo un jarabe de los niños para el dolor de garganta, me lo tomo también.

La mezcla de ibuprofeno, frenadol y jarabe en el arco de media hora no fue buena idea: empecé a ver doble así que me apoyé en la pared de la cocina y me senté en el suelo.

 

14:35 Me despierto tumbada en el suelo de la cocina rodeada de cereales, leche por el suelo y con el spray de nata montada en la mano. No os puedo decir de dónde salieron, supongo que sería un efecto secundario de la sobre medicación. Tenía un pitido en los oídos que parecía que llevaba el Expreso de Berlín dentro de la cabeza. ¡Que alguien venga y me mate, por favor! Nunca y digo nunca, mezcléis medicaciones.

 

En media hora tenía que ir a recoger a los niños otra vez. Intento cambiarme de ropa -una cosa tremenda- me siento sobre la tapa del w.c. para ponerme los calcetines y me mareo tanto que me apoyo contra la pared.

Me despierta el teléfono sonando, estoy sentada en el w.c con la cabeza sobre la cisterna y un calcetín en la mano.

Una de las mamás de la parada me está llamando porque el autobús ha llegado, los niños están allí y no hay nadie para recogerlos. Tienen a mi hija pequeña gritando como una loca a mi hijo: Ya te dije que se iba a morir y que nadie nos iba a venir a recoger.

 

Farfullo que, por favor, espere 5 minutos que voy para allá.

 

Salgo lo más rápido que puedo, en pijama, con el plumas encima y zapatillas, si tengo que ponerme los zapatos, no llegaré jamás. Soy como el anuncio del virus de la gripe andante.

 

Conseguimos llegar a casa y, la verdad, es que me quedé muy sorprendida.

 

Mi hijo mayor -de tan sólo 9 años- tomó las riendas de la situación: me puso el termómetro (40,1º), me metió en la cama, les dio de merendar a sus hermanas, las ayudó a hacer los deberes y llamó a mis padres para decirles que vinieran a cuidarme.

 

Así que llegó mi madre y, por fin, pude desmayarme a gusto en mi cama. Me desperté 3 días después como una rosa.

Que sería de nosotros sin nuestros hijos y sin nuestras madres.

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