Soy súper mega bombero

Soy súper mega bombero

Yo soy rara, lo reconozco, pero rara, rara de caso de estudio.

Siempre voy con un mini extintor en el bolso. Lo cambio cada vez que llega a la fecha límite de uso recomendado. Os preguntaréis por qué llevo un mini extintor en el bolso con lo que pesa ir siempre cargando al hombro con semejante tontería.

Estoy segura de que vosotros no lo lleváis porque vuestra madre nunca incendió vuestra casa.

No fue un incendio completo -según ella- sólo quemó medio salón y pudo apagar las llamas pero a mi, desde entonces, me ha quedado un trauma tremendo. No sé muy bien si fue por el incendio o por las palabras de mi madre diciendo que no había sido completo, lo que siempre me ha hecho pensar que tenía planeado uno en su totalidad, aún me tiene en ascuas.

Para que os hagáis una idea de cual es mi obsesión, tengo la casa llena de detectores de humo y extintores en la cocina y pasillo. Mi cuñado me llama BT, la bombera torera.

Pues bien, el otro día mi amiga Ana me invitó a tomar un café en su casa para terminar de zamparnos el roscón que le quedaba y así terminar de rellenar el mega michelín navideño antes de las consabida dieta. Así que nos reunimos varias mamis con todos los niños. Ella tiene uno de 3 años al que le encanta La Patrulla Canina y otros peques de otras conocidas que rondan también la edad.

Allí estábamos tan felices, tomándonos nuestro roscón y café y arreglando la vida de medio país, cuando el hijo pequeño de Ana le pidió que le encendiera una vela para poder apagarla. La mamá le dijo: Vale, te la enciendo, pero tú no te puedes acercar mucho no te vayas a quemar.

Así que cogió una preciosa y enorme vela blanca que tenía en el centro de la mesa del salón y con un mechero la encendió. En ese momento, cuando todos pensábamos que el niño iba a soplar la vela, dice de repente: Soy un súper mega bombero y saca, no sabemos de dónde, un spray de desodorante y con semejante “extintor” intenta apagar el fuego que acababa de encender su madre.

Os podéis imaginar lo que sucedió a continuación: una llamarada subió desde la vela hasta el techo, dejándolo negro e incendiándole el jersey a mi amiga y gracias al cielo que llevaba el pelo recogido. Fue algo así como los números de circo donde echan fuego por la boca pero al revés, se lo metieron hacia la cara.

Ella gritaba, el niño que intentaba apagarle el fuego a su madre con “el extintor” lo que empeoraba aún más la situación y el resto de amigas que gritaban histéricas perdidas  “Fuegooooo” y salían todas corriendo a coger a sus hijos y marcharse, que ¡hay que ver cómo es la gente cuando hay un accidente! Si te he visto no me acuerdo.

 Les grites: Quietas paradas todas, ¡Cobardes!  o ¿no sabéis de sobra que llevo un extintor en el bolso?

Pensé para mis adentros: No puede ser, es el momento por el que he estado esperando toda mi vida. Estos 2.456 días que he llevado el extintor a cuestas tenían un motivo. ¡Lo sabía! Tengo que salvarle la vida a Ana, así que cogí el bolso le quité el precinto al extintor y lo enchufé hasta que dejé el extintor vacío. De paso, le di un buen repaso al niño, a ver si le inmovilizaba de una vez el dichoso “extintor” y dejaba ya de intentar chamuscar a su madre.

Miro al peque y estaba gritando: ¡Qué chuloooo! ¿Lo hacemos otra vez? Quiero más espumaaaa.

La madre no daba crédito, ni a lo que decía el niño ni a lo que acababa de hacer. La tuvimos 20 minutos en estado de shock.

Yo le decía para animarla: Mujer si no ha sido nada. Míralo por el lado positivo, tienes un niño súper creativo y con una gran vocación. Ella me lo decía todo con esos ojos desorbitados, y yo le repetía: Nada, nada, son cosas que pasan, el pobre no sabía que el desodorante es inflamable, lo hizo con buena intención.

Me seguía mirando con cara de: ¡Cómo se nota que el tuyo quiere ser paleontólogo!

Y el peque seguía gritando: ¡Otra vez!, porfa, ¡Espumaaaaaa! Claro, ahora que había visto el extintor verdadero quería seguir probando.

Posted on 17/01/2016 Home, Vamos a pingüinear/Penguin... 0 2251

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Yo soy rara, lo reconozco, pero rara, rara de caso de estudio.

Siempre voy con un mini extintor en el bolso. Lo cambio cada vez que llega a la fecha límite de uso recomendado. Os preguntaréis por qué llevo un mini extintor en el bolso con lo que pesa ir siempre cargando al hombro con semejante tontería.

Estoy segura de que vosotros no lo lleváis porque vuestra madre nunca incendió vuestra casa.

No fue un incendio completo -según ella- sólo quemó medio salón y pudo apagar las llamas pero a mi, desde entonces, me ha quedado un trauma tremendo. No sé muy bien si fue por el incendio o por las palabras de mi madre diciendo que no había sido completo, lo que siempre me ha hecho pensar que tenía planeado uno en su totalidad, aún me tiene en ascuas.

Para que os hagáis una idea de cual es mi obsesión, tengo la casa llena de detectores de humo y extintores en la cocina y pasillo. Mi cuñado me llama BT, la bombera torera.

Pues bien, el otro día mi amiga Ana me invitó a tomar un café en su casa para terminar de zamparnos el roscón que le quedaba y así terminar de rellenar el mega michelín navideño antes de las consabida dieta. Así que nos reunimos varias mamis con todos los niños. Ella tiene uno de 3 años al que le encanta La Patrulla Canina y otros peques de otras conocidas que rondan también la edad.

Allí estábamos tan felices, tomándonos nuestro roscón y café y arreglando la vida de medio país, cuando el hijo pequeño de Ana le pidió que le encendiera una vela para poder apagarla. La mamá le dijo: Vale, te la enciendo, pero tú no te puedes acercar mucho no te vayas a quemar.

Así que cogió una preciosa y enorme vela blanca que tenía en el centro de la mesa del salón y con un mechero la encendió. En ese momento, cuando todos pensábamos que el niño iba a soplar la vela, dice de repente: Soy un súper mega bombero y saca, no sabemos de dónde, un spray de desodorante y con semejante “extintor” intenta apagar el fuego que acababa de encender su madre.

Os podéis imaginar lo que sucedió a continuación: una llamarada subió desde la vela hasta el techo, dejándolo negro e incendiándole el jersey a mi amiga y gracias al cielo que llevaba el pelo recogido. Fue algo así como los números de circo donde echan fuego por la boca pero al revés, se lo metieron hacia la cara.

Ella gritaba, el niño que intentaba apagarle el fuego a su madre con “el extintor” lo que empeoraba aún más la situación y el resto de amigas que gritaban histéricas perdidas  “Fuegooooo” y salían todas corriendo a coger a sus hijos y marcharse, que ¡hay que ver cómo es la gente cuando hay un accidente! Si te he visto no me acuerdo.

 Les grites: Quietas paradas todas, ¡Cobardes!  o ¿no sabéis de sobra que llevo un extintor en el bolso?

Pensé para mis adentros: No puede ser, es el momento por el que he estado esperando toda mi vida. Estos 2.456 días que he llevado el extintor a cuestas tenían un motivo. ¡Lo sabía! Tengo que salvarle la vida a Ana, así que cogí el bolso le quité el precinto al extintor y lo enchufé hasta que dejé el extintor vacío. De paso, le di un buen repaso al niño, a ver si le inmovilizaba de una vez el dichoso “extintor” y dejaba ya de intentar chamuscar a su madre.

Miro al peque y estaba gritando: ¡Qué chuloooo! ¿Lo hacemos otra vez? Quiero más espumaaaa.

La madre no daba crédito, ni a lo que decía el niño ni a lo que acababa de hacer. La tuvimos 20 minutos en estado de shock.

Yo le decía para animarla: Mujer si no ha sido nada. Míralo por el lado positivo, tienes un niño súper creativo y con una gran vocación. Ella me lo decía todo con esos ojos desorbitados, y yo le repetía: Nada, nada, son cosas que pasan, el pobre no sabía que el desodorante es inflamable, lo hizo con buena intención.

Me seguía mirando con cara de: ¡Cómo se nota que el tuyo quiere ser paleontólogo!

Y el peque seguía gritando: ¡Otra vez!, porfa, ¡Espumaaaaaa! Claro, ahora que había visto el extintor verdadero quería seguir probando.

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