El Taxi

El Taxi

El taxi

Este sábado ha sido mi cumple y para celebrarlo he invitado a mi familia a una cena.

He elegido uno de mis restaurantes preferidos que está en la calle Sevilla de Madrid.

Nos arreglamos, nos pusimos todos muy guapos y llegaron mis padres para ir todos juntos en dos taxis hasta el restaurante. Mi padre cogió un taxi con los dos niños mayores y yo otro con Cari, mi madre y la peque.

Se sube al taxi mi madre con la peque en brazos. En el asiento le dejo la bolsa de los pañales, mi abrigo y mi bolso. Cari se sienta delante y yo doy la vuelta al coche con la silla para plegarla y colocarla en el maletero. Me agacho, la doblo, la meto y cuando cierro el maletero, el taxi arranca y me deja allí, en medio de la Castellana. Corro detrás de ellos haciendo señales con los brazos y gritando: ¡Ehhhh, que me dejáis aquí!

Nadie mira para atrás, nadie me echa en falta en ese taxi. Ni mi madre, ni mi marido, ni siquiera mi hija. Cría cuervos. Sigo corriendo detrás de ellos, Castellana abajo todo lo que mis tacones me permiten. Cuando estoy llegando al cruce donde se ha parado el taxi, se me rompe uno de los tacones, el semáforo se pone verde y vuelve a alejarse. Los coches me empiezan a pitar. Locaaaa, quítate del medio, vete a correr al Retiro.

Al Retiro-le grito- al Retiro te iba a llevar yo… Ya no puedo ni correr ni caminar. Cuando estoy a la altura de El Corte Inglés de Castellana decido meterme en un taxi que está allí parado. Que me acerque, luego me lo pagará Cari cuando llegue al restaurante.

Hola, buenas tardes- vaya desordenado que está este taxi con juguetes por el suelo- pienso para mis adentros.

-Vamos a Sevilla, digo.

-¿Capital? me contesta el conductor con cara desorientada.

-¿Cómo que capital? No, Sevilla... la calle Sevilla.

Con una cara de alucinado que se le salían los ojos de las órbitas, como si nunca hubiera oído que la calle Sevilla existiera me dice:

-Esto no es un taxi, es un coche particular. Yo estaba aquí esperando a que bajara mi madre para llevarla a hacer la compra, que está un poco impedida y no puede hacerla sola.

-Ay, perdón, me he confundido. No sabes cuánto lo siento… como el coche es blanco.

-Ya, pero no tiene piloto verde.

- Ya, pero no me he fijado, perdona.

Me bajo. ¡Qué vergüenza! Pobre chico. Vaya susto le he dado. Esta vez sí que me meto en un taxi y le digo:

Hola, buenas noches, mire a ver si me puede sacar de este apuro; me ha dejado aquí mi marido sin bolso y tengo que llegar al restaurante donde vamos a cenar, ¿me puede llevar?

Por favor, bájate del taxi, estamos hartos de locas que se nos meten en el coche y cuando hemos hecho la carrera salen corriendo y, menos, a una a la que acaba de abandonar el marido. Por favor, bájate ahora mismo.

Pero te lo suplico, ayúdame que no tengo dinero.

Por eso, que te lleve Uber -me contesta el taxista. Yo os tengo que decir que, en el fondo, entiendo al taxista.

Uber, ¡qué gran idea! Pido un Uber.

Ay, no puedo pedirlo porque no tengo móvil, pero cuando se pone en rojo el semáforo voy coche por coche preguntado: ¿Uber? ¿eres de Uber?

Oye, la gente es muy desconfiada, cuando me veían venir subían la ventanilla. Debía ser por el bamboleo que llevaba al faltarme un tacón. Yo sigo insistiendo gritando: ¿Uber? ¿algún coche es de Uber? De repente, un coche me da las luces y saca la mano por la ventanilla.

Yo soy de Uber. ¡Sube! Monto y le cuento que no tengo el móvil pero que si le doy mis datos de acceso puede llevarme. Así que, así lo hacemos y consigo llegar al restaurante.

Cuando entro en el local allí están todos, tan tranquilos, en la barra del bar esperando a que lleguen el resto de los invitados.

¿Dónde te has metido? -me dice mi madre

¿Que donde me he metido? ¡¡Mamá!! Habéis arrancado el taxi sin mí y me habéis dejado colgada allí, sin bolso, sin móvil y sin llaves de casa en medio de la calle.

Pensábamos que habías ido en el taxi con tu padre. Hija, ¿no has pensado que ya deberías ir sentando la cabeza y dejar de hacer el bobo? Tienes ya muchos años… y 3 hijos. Mírate, si vas hasta coja.

Me agarro a una botella de vino y pienso: Voy a ahogar aquí mis penas porque nadie me echa en falta cuando desaparezco. Debe ser que, por lo visto, soy invisible.

Posted on 06/12/2015 Home, Vamos a pingüinear/Penguin... 0 1655

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