¡QUÉ MALA PATA TENGO!

¡QUÉ MALA PATA TENGO!

¡Guau! Ya es viernes y he sobrevivido a la semana… ¡todavía no me lo creo! Ahora estoy en el Café La Causette, una monada de cafetería en el centro de Hong Kong, comiéndome un enorme gofre con fresas mientras espero a que llegue mi cita, uno de nuestros clientes australianos que ha venido a la ciudad por negocios. No ha terminado tan mal ;)

Sin embargo, la semana no empezó igual de bien. Como sabéis, pasé el pasado finde en el Centro de Convenciones de Hong Kong preparando nuestro stand para la Hong Kong Baby Products Fair. Terminado el montaje del stand pingüino, sólo quedaba una tarea por hacer: ¡planchar los casi 50 SacosPingüinos de exposición! La dinámica María es la reina de la plancha en esta empresa pero, en esta ocasión y en su ausencia, era tarea mía dejar los saquitos perfectos. Fue mientras llenaba el depósito de agua de la plancha cuando me di cuenta que no había contratado electricidad para el stand. “¡Qué mala pata!”, pensé mientras miraba a mi alrededor en busca de un vecino que me echara una mano. Y así fue como encontré a Hiro, el representante de una empresa japonesa de portabebés. “¿Serías tan amable de dejarme utilizar tu toma de corriente para enchufar la plancha, por favor?”. “Sí, por supuesto”, dijo.

Lo que ni él ni yo sabíamos era que su instalación no tenía suficiente potencia para soportar la plancha. “¡Qué mala pata, otra vez!” Acababa de quemar el fusible del pobre chico. Ahora ninguno de los dos tendríamos electricidad durante el evento. Y así empecé la feria, con 50 prendas arrugadas (seguramente para decepción de nuestra dinámica María, que se está enterando de lo ocurrido mientras lee este post).

Era la hora de cierre del segundo día de feria. El día antes Hiro había tenido que esperar dos horas para conseguir un taxi y sabía que yo tenía coche. “¿Te importaría acercarme a mi hotel, por favor?”.

¿Cómo iba a decirle NO al chico al que había dejado sin electricidad durante todo el evento? No podía, ¿verdad? Tenía muchas ganas de llegar a casa, pero era justo que le devolviera el favor. “Vale, ¡claro!”, le dije.

A las 6 y media en punto salimos del Centro de Convenciones. Esperaba llegar a casa antes de las 7.30, a tiempo de ver a los peques y darles unos mimos antes de acostarse. Subimos al coche y llevé a Hiro a Causeway Bay. Cuando nos acercamos a su hotel, decidí parar a unos 50 metros de distancia para que se bajara. Así evitaría tener que dar toda la vuelta a la manzana y me ahorraría unos cinco minutos. Detuve el coche y le expliqué: “Mira, sigue recto por esta calle y en un minuto verás la puerta del hotel”. “Vale, muchas gracias”.

Tan pronto cerró la puerta y se fue, empecé a ver unos destellos de luz a mi alrededor y en unos segundos estaba rodeado de media docena de policías. “¡Qué mala pata tengo!”.

“Señora, ha parado en un carril de adelantamiento para dejar a su pasajero”. Me cayó una multa de impresión y me retrasé más de una hora. “¡Qué mala pata tengo!”.

Mientras escribía este post y disfrutaba de mi gofre con fresas parecía que mi mala suerte había, por fin, terminado. Pero acabo de recibir un Whatsapp. Mi cliente australiano tiene que cancelar la reunión… “¡Qué mala pata!”.

Posted on 19/01/2015 Home 0 1467

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¡Guau! Ya es viernes y he sobrevivido a la semana… ¡todavía no me lo creo! Ahora estoy en el Café La Causette, una monada de cafetería en el centro de Hong Kong, comiéndome un enorme gofre con fresas mientras espero a que llegue mi cita, uno de nuestros clientes australianos que ha venido a la ciudad por negocios. No ha terminado tan mal ;)

Sin embargo, la semana no empezó igual de bien. Como sabéis, pasé el pasado finde en el Centro de Convenciones de Hong Kong preparando nuestro stand para la Hong Kong Baby Products Fair. Terminado el montaje del stand pingüino, sólo quedaba una tarea por hacer: ¡planchar los casi 50 SacosPingüinos de exposición! La dinámica María es la reina de la plancha en esta empresa pero, en esta ocasión y en su ausencia, era tarea mía dejar los saquitos perfectos. Fue mientras llenaba el depósito de agua de la plancha cuando me di cuenta que no había contratado electricidad para el stand. “¡Qué mala pata!”, pensé mientras miraba a mi alrededor en busca de un vecino que me echara una mano. Y así fue como encontré a Hiro, el representante de una empresa japonesa de portabebés. “¿Serías tan amable de dejarme utilizar tu toma de corriente para enchufar la plancha, por favor?”. “Sí, por supuesto”, dijo.

Lo que ni él ni yo sabíamos era que su instalación no tenía suficiente potencia para soportar la plancha. “¡Qué mala pata, otra vez!” Acababa de quemar el fusible del pobre chico. Ahora ninguno de los dos tendríamos electricidad durante el evento. Y así empecé la feria, con 50 prendas arrugadas (seguramente para decepción de nuestra dinámica María, que se está enterando de lo ocurrido mientras lee este post).

Era la hora de cierre del segundo día de feria. El día antes Hiro había tenido que esperar dos horas para conseguir un taxi y sabía que yo tenía coche. “¿Te importaría acercarme a mi hotel, por favor?”.

¿Cómo iba a decirle NO al chico al que había dejado sin electricidad durante todo el evento? No podía, ¿verdad? Tenía muchas ganas de llegar a casa, pero era justo que le devolviera el favor. “Vale, ¡claro!”, le dije.

A las 6 y media en punto salimos del Centro de Convenciones. Esperaba llegar a casa antes de las 7.30, a tiempo de ver a los peques y darles unos mimos antes de acostarse. Subimos al coche y llevé a Hiro a Causeway Bay. Cuando nos acercamos a su hotel, decidí parar a unos 50 metros de distancia para que se bajara. Así evitaría tener que dar toda la vuelta a la manzana y me ahorraría unos cinco minutos. Detuve el coche y le expliqué: “Mira, sigue recto por esta calle y en un minuto verás la puerta del hotel”. “Vale, muchas gracias”.

Tan pronto cerró la puerta y se fue, empecé a ver unos destellos de luz a mi alrededor y en unos segundos estaba rodeado de media docena de policías. “¡Qué mala pata tengo!”.

“Señora, ha parado en un carril de adelantamiento para dejar a su pasajero”. Me cayó una multa de impresión y me retrasé más de una hora. “¡Qué mala pata tengo!”.

Mientras escribía este post y disfrutaba de mi gofre con fresas parecía que mi mala suerte había, por fin, terminado. Pero acabo de recibir un Whatsapp. Mi cliente australiano tiene que cancelar la reunión… “¡Qué mala pata!”.

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